Mi castigo en las jaulas de aislamiento

PREFACIO

Advertencia: Lo que estás a punto de leer es una crónica basada en hechos reales. Los nombres y lugares los he modificado ligeramente para proteger la identidad de las personas involucradas. Sin embargo, lo que se vive en esa cárcel, bajo el control despiadado del Servicio Penitenciario Argentino (SPA), es una historia que debe ser contada.

En un claustrofóbico 22 de octubre de 2017, mientras las elecciones legislativas en Argentina capturaban la atención del país, yo, conocido como "el negrito", me veía atrapado en un siniestro laberinto de opresión y corrupción.

Me atreví a desafiar las órdenes ilegales impuestas por los guardianes de la prisión. Me negué rotundamente a pagar el 50% de las ganancias de Levité al SPA. Esa negativa me llevó a un destino aún más sombrío: los temidos "buzones", una forma brutal de castigo utilizada por el sistema para aplastar la rebeldía de las presas y presos.

Bajo la mirada vigilante de un director despiadado, la cárcel se convirtió en un infierno donde la oscuridad y la perversidad se entrelazaban sin piedad. El SPA se encargaba de doblegar a quienes se atrevían a desafiar su autoridad, utilizando métodos inhumanos y crueles.

En esta crónica, basada en hechos reales, te invito a descubrir juntos la verdadera naturaleza de la crueldad del SPA y los peligros que acechan en cada rincón de esta cárcel. Prepárate para enfrentarte a la oscuridad y el suspenso, y para conocer el verdadero significado del miedo en un mundo donde la lucha por la supervivencia y la búsqueda de la justicia se entrelazan en un torbellino de desesperación.

CAPÍTULO 1

OCTUBRE DE 2017
La sombra del mal se cernía sobre aquel oscuro domingo de octubre. En medio de un clima político convulsionado, el aire estaba impregnado de tensión y miedo. El gobierno, envuelto en escándalos de corrupción había sumido al país en la incertidumbre. Pero la pesadilla no se limitaba a las altas esferas del poder, sino que había alcanzado las profundidades de las cárceles argentinas.

Atrapado en una jaula de castigo, me encontraba a merced de la oscuridad. Las sombras danzaban amenazantes en torno a mí, recordándome que estaba atrapado en un abismo de injusticia y desesperanza. La sobrepoblación, la falta de recursos y la corrupción carcomían los cimientos de aquel infierno de hierro y cemento.

El terror se intensificó cuando la débil luz que se filtraba por una rendija desapareció abruptamente, sumiéndome en una negrura impenetrable. Los pasos sigilosos se acercaban cada vez más, resonando en el vacío del tormento. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, advirtiéndome de la presencia siniestra que acechaba en las sombras.

Una voz profunda y amenazadora rompió el silencio sepulcral, sus palabras retumbando en mis oídos como ecos de pesadilla. "Te tenemos justo donde queríamos, no hay escapatoria", susurró con malévola satisfacción. El horror se apoderó de mi ser, asfixiando mis sentidos y nublando mi mente. ¿Quiénes eran ellos y qué pretendían hacer conmigo en aquel abismo de tinieblas?

Mi corazón latía desbocado, luchando por respirar en la asfixiante oscuridad. Cada segundo se convertía en una eternidad, esperando el próximo movimiento de aquellos seres misteriosos. Sin poder ver, mis sentidos se agudizaron, captando el más mínimo sonido, el más mínimo roce de la presencia invisible.

En medio de aquel calabozo infernal, mis pensamientos se volvieron oscuros, sumergiéndome en un abismo de desesperación. ¿Había alguna esperanza de escapar de aquel destino cruelmente trazado? ¿O estaba condenado a sucumbir ante las garras del mal que habitaba en la penumbra?

El tiempo se detuvo en aquel instante de terror y suspenso. El aliento del mal se hizo presente, rozando mi piel con su helado aliento. La incertidumbre y la angustia se entrelazaron en un nudo en mi garganta, mientras mi mente se debatía entre la resignación y la lucha desesperada por la supervivencia.

En la cárcel de Barton, la oscuridad reinaba y el miedo se alimentaba de las almas perdidas. En ese laberinto de pesadillas, mi destino se entrelazaba con las sombras, y solo el tiempo revelaría si sería capaz de resistir el terror que acechaba en cada rincón, o si sucumbiría ante el abismo de la perdición.

CAPÍTULO 2

LA CÁRCEL DE BARTON

La cárcel de Barton, un infierno en medio del olvido, emerge con una presencia ominosa y aterradora. Sus muros de concreto, agrietados y ennegrecidos, parecen susurrar historias de dolor y desesperanza. 

La penumbra reina en este lugar maldito, donde las sombras devoran la luz y el aire se vuelve pesado y asfixiante. El chirriar de las rejas oxidadas y el eco de los pasos arrastrados crean una sinfonía de desesperación, mientras los presos, atrapados en jaulas superpobladas, luchan por encontrar un resquicio de esperanza en su angustiosa existencia.

El hedor nauseabundo de la descomposición impregna el aire viciado. Las tuberías rotas y las cloacas colapsadas liberan un espectro de olores fétidos y putrefactos, mientras el agua se filtra por las paredes, alimentando charcos negros como el alma de la cárcel.

Los guardianes, seres corrompidos por su propio poder, se convierten en verdugos implacables. La violencia y el sadismo son su lenguaje común, sometiendo a los presos a un tormento diario. Cada interacción con ellos es un juego de ruleta rusa, donde cualquier palabra o gesto puede desatar su furia despiadada.

En este reino de tinieblas y desesperación, la cárcel de Barton se erige como un monumento a la crueldad y la deshumanización. Aquellos que se adentran en sus entrañas, pierden no solo su libertad, sino también su humanidad. La muerte, el sufrimiento y la locura son los compañeros eternos de aquellos que osan cruzar sus puertas.

El sol aún no ha asomado por el horizonte cuando la cárcel de Barton comienza a cobrar vida. El aire frío y cargado de tensión flota en cada rincón, presagiando otro día en el oscuro laberinto de rejas y concreto.

En su despacho, el director Morales de Orduña, con su mirada penetrante y autoritaria, repasa los informes de la jornada anterior. Su gesto impasible no revela ningún rastro de humanidad, solo la determinación de mantener el control absoluto sobre la prisión.

Un golpe en la puerta interrumpe su concentración. Donoso, el jefe del grupo requisa, entra en la habitación con una mezcla de temor y respeto en su rostro. Sabe que cada interacción con el director puede ser un paso en falso con consecuencias impredecibles.

"Director, aquí está el informe del día", dice Donoso en un tono cauteloso, extendiendo el documento hacia Morales de Orduña.

El director toma el informe con gesto impasible y comienza a leerlo meticulosamente. Sus ojos escudriñan cada palabra, buscando detalles que puedan amenazar su autoridad o revelar cualquier debilidad en la seguridad de la cárcel.

"¿Hubo muertos hoy?", pregunta Morales de Orduña con una voz fría y cortante.

Donoso traga saliva, sintiendo el peso de la pregunta sobre sus hombros. "No, señor. No hubo incidentes de ese tipo durante la noche", responde con cautela.

El director asiente levemente, pero su expresión no muestra ninguna satisfacción. Solo parece esperar la siguiente pregunta que está por venir.

"¿Cuántos castigados en los buzones?", continúa el director, sus ojos fijos en Donoso, buscando cualquier indicio de duda o mentira.

Donoso se esfuerza por mantener la calma, sabiendo que cada respuesta debe ser precisa. "Tres, señor. Tres reclusos fueron enviados a los buzones por incumplimiento de las normas durante el día de ayer".

El director asiente nuevamente, pero sus ojos reflejan una satisfacción siniestra. Los buzones son una herramienta de castigo cruel y temida por los presos. Son un recordatorio constante de quién tiene el control en la prisión.

Finalmente, el director levanta la mirada hacia Donoso y una sonrisa apenas perceptible se dibuja en sus labios. "Bien. Y decime, ¿qué vigilanta está de turno hoy? Necesito relajación", dice con una voz que sugiere algo más oscuro detrás de sus palabras.

Donoso siente un escalofrío recorrer su espalda mientras nombra a la vigi asignada. La necesidad del director de "relajación" no augura nada bueno para aquella a quien recae esa responsabilidad.

Con un gesto de despedida, el director Morales de Orduña vuelve su atención a los informes y Donoso se retira de la oficina. Sin embargo, antes de que Donoso pueda alejarse por completo del despacho del director, Morales de Orduña levanta la vista y le grita ordenándole que llame a la suboficial Selena Arellano de inmediato. La mirada intimidante del director no deja lugar a dudas sobre la seriedad de la situación.

Donoso asiente, sintiendo un nudo en el estómago. Con pasos rápidos, se dirige hacia el área de vigilancia en busca de Selena. Mientras camina por los pasillos de la cárcel, una sensación de inquietud lo acompaña. Sabe que el día apenas ha comenzado y que el terror y la incertidumbre aguardan a medida que el sol se alza sobre la cárcel de Barton, mientras la actividad de los presos comienza a aumentar. Los pasillos se llenan de murmullos y miradas inquietas, cada uno consciente de la presencia constante del director y su implacable búsqueda de poder.

"Selena, el director te está esperando en su despacho", informa Donoso con voz grave. "Te quiere ver ya mismo".

Selena traga saliva nerviosamente y su mirada se llena de temor. Ella necesita este trabajo y depende de él para sobrevivir. Con el corazón acelerado, sigue a Donoso hacia el despacho del director, intentando mantener la compostura.

Al entrar en el despacho, el ambiente se vuelve aún más tenso. Morales de Orduña, con su mirada fría y calculadora, observa a Selena detenidamente. Sabe que tiene el poder de hacer su vida más difícil o incluso arrebatarle su trabajo.

"¡Donoso! ¿Todavía estás acá?", exclama el director, y Donoso rápidamente se va dejándolos solos.

"Selena Arellano", comienza el director con voz firme. "He recibido informes preocupantes sobre tu desempeño en las últimas semanas. Estás mostrando una falta de disciplina y compromiso en tus labores".

Selena siente un nudo en su garganta mientras escucha las acusaciones del director. Sabe que en un lugar como este, cualquier falla puede tener consecuencias devastadoras. Su necesidad de mantener su trabajo y proporcionar para su familia se mezcla con el temor de enfrentar los pedidos del director.

El director continúa, su tono se vuelve más amenazante. "No toleraré ninguna falta de disciplina en mi cárcel. Quiero que entiendas que tu futuro aquí depende de tu capacidad para seguir mis órdenes y mantener el orden".

Selena asiente, luchando por mantener la compostura. Sabe que no puede permitirse mostrar debilidad frente al director. Con voz temblorosa, responde: "Entendido, señor. Haré todo lo que esté a mi alcance para cumplir con sus expectativas".

Morales de Orduña asiente con satisfacción, saboreando su poder sobre la vida de Selena y de tantos otros en la cárcel. "Eso es lo que quiero escuchar, Sele", responde fríamente. "Ahora, vení, charlemos".

Pasados unos treinta minutos, Selena emerge de la oficina del director con una expresión tensa en el rostro y su uniforme ligeramente desalineado. Aunque sus ojos reflejan una mezcla de agotamiento y preocupación, mantiene la determinación en su mirada. Ha experimentado algo inquietante y turbio en aquel despacho, pero guarda los detalles en lo más profundo de su ser.

Mientras camina por los pasillos de la cárcel, siente como una pesada carga invisible se aferra a su espalda. Sabe que no puede revelar lo que ha ocurrido, que debe protegerse a sí misma y a los suyos en este peligroso entorno. Las miradas de los presos y sus compañeros se cruzan con la suya, pero ella se mantiene imperturbable, decidida a sobrevivir en este oscuro laberinto.

Aunque el director Morales de Orduña parece satisfecho con el encuentro, Selena no puede evitar preguntarse qué más exigirá de ella en el futuro. Sabe que será puesta a prueba una y otra vez. El miedo se mezcla con la determinación en su interior, creando una tensión palpable que amenaza con desbordarse en cualquier momento.

La cárcel de Barton es un lugar donde el peligro acecha en cada esquina, donde las sombras ocultan secretos y la corrupción se alimenta de los más débiles. Selena se ha adentrado en ese oscuro abismo, donde las almas perdidas buscan redención y los demonios se esconden tras las barras de hierro. 

Mientras continúa su camino, llevando consigo la carga de su sumisión ante el director y el peso de un destino incierto, Selena siente cómo la furia comienza a arder en su interior. Cansada de ser una víctima más en este juego macabro, decide que ha llegado el momento de tomar el control. En un estallido de determinación, descargará toda su ira y frustración en los presos rebeldes. El miedo cambia de bando mientras Selena se convierte en una fiera imparable.

Mientras Selena desata su furia contra los presos rebeldes, otro personaje oscuro y perverso se oculta entre las sombras de la cárcel de Barton. Donoso, aparentemente débil ante la autoridad del director, muestra su verdadera naturaleza sádica y cruel cuando se trata de tratar a los presos. Su mirada fría y su sonrisa retorcida revelan el placer que encuentra en su poder de dominación. Los reclusos temblarán ante su presencia, sabiendo que han caído en manos de un verdugo despiadado.

CAPÍTULO 3

INICIA EL DÍA EN LOS BUZONES

El sol todavía no ha asomado por el horizonte cuando el día comienza en el pabellón de los buzones. Un lugar envuelto en sombras y opresión, donde cada recluso despierta en su estrecha celda, consciente de que otro día más ha comenzado en ese infernal rincón del penal.

El pabellón, con sus paredes de concreto grisáceo y su atmósfera asfixiante, es un recordatorio constante de la crueldad y la deshumanización que impera en el sistema penitenciario. Las celdas, dispuestas en una fila interminable, son como los dientes afilados de una mandíbula amenazante. Cada una de ellas alberga a un preso, atrapado en su pequeño mundo de soledad y desesperación.

Las celdas en sí son estrechas y frías, apenas lo suficientemente grandes como para contener una cama estrecha y dura, una letrina oxidada en una esquina. Las paredes están marcadas por grafitis y mensajes de angustia y desesperanza, escritos en la oscuridad de la noche. Es en este reducido espacio donde los reclusos pasan las veinticuatro horas del día, sin más compañía que la de sus compañeros de otras celdas.

En medio de ese ambiente lúgubre, las personalidades de los presos emergen con fuerza y se entrelazan en un baile constante de rivalidad y camaradería. Palmer, un hombre fornido y de mirada desconfiada, es el único que puede salir unas horas de su celda y es quien sirve el desayuno, su presencia impone respeto en el pabellón. Su autoridad es evidente en cada movimiento y su voz ronca retumba en el espacio claustrofóbico de las celdas.

Los presos en los buzones, atrapados en sus estrechas y sombrías celdas, tienen un pequeño rayo de esperanza para espiar el mundo exterior. Utilizan un ingenioso artilugio conocido como "mira", que consiste en un pedacito de espejo atado a un pequeño palito. Con habilidad y sigilo, deslizan la "mira" por el estrecho hueco de la puerta de hierro macizo y, con movimientos precisos, ajustan el ángulo del espejo para poder vislumbrar lo que sucede fuera de su confinamiento.

La "mira" se convierte en su ventana a la libertad, en una forma precaria pero efectiva de romper la barrera impuesta por las celdas de aislamiento. Cada momento de observación es un atisbo de vida normal, una bocanada de aire fresco en medio de la claustrofobia y la desesperanza.

El Rubio, conocido por su cabellera dorada y su carácter explosivo, es un hombre de impulsos desenfrenados. Su voz se alza con vehemencia en cada discusión y su mirada desafiante desafía a cualquiera que se atreva a contradecirlo. Su reputación de hombre violento y sin escrúpulos precede su paso por el pabellón.

Las discusiones entre ellos son constantes, especialmente después de una noche llena de ruidos inquietantes. El Rubio, en su afán por encontrar un porro que Palmer no consiguió, desata su furia. Las palabras se lanzan como dagas envenenadas, cargadas de frustración y resentimiento acumulado.

"¡Palmer, no puedo creer que no hayas conseguido ese porro! ¡Te dije que era importante, mierda!", exclama el Rubio con ira contenida.

"Tranquilo, Rubio. No es culpa de Palmer. A veces las cosas no salen como queremos", interviene el Chino, tratando de mediar en la disputa.

"¡No me importa! ¡Necesitaba ese maldito porro! Si no puedo fumar, esto se va a poner aún peor", responde el Rubio, sus ojos chispeantes de rabia.

El Chino posee una mirada astuta y una sonrisa irónica. Su inteligencia y capacidad para encontrar soluciones ingeniosas en situaciones difíciles lo distinguen entre los demás reclusos. Siempre está buscando sacar ventaja de cualquier situación y es hábil en la manipulación. Es este un día particular, es el cumpleaños de su hija.

El Chileno, de temperamento calmo pero impredecible, es un hombre enigmático. Su aura misteriosa y su silencio profundo esconden secretos que los demás reclusos sólo pueden especular. Siempre está observando, escuchando, recopilando información en las sombras. Mientras tanto, con su mira, observa en silencio, dejando que los demás desahoguen su frustración. Sabe que cada discusión es una válvula de escape para la tensión acumulada en el pabellón, pero también es consciente de que los verdaderos peligros acechan en las sombras, esperando el momento oportuno para revelarse.

El momento del reparto del matecocido y el pancito es esperado con ansiedad por los presos en los buzones. Cada mañana, cuando Palmer se acerca a la puerta de hierro macizo, una tensión palpable llena el aire. Uno a uno, los reclusos sacan sus brazos a través del estrecho hueco, aferrando con fuerza la taza vacía que esperan llenar con el líquido caliente.

Las manos se estiran, los dedos se entrelazan con los de Palmer en un ballet de gestos rápidos y precisos. Es un contacto efímero, apenas unos segundos, pero cargado de significado. Los ojos de los presos se clavan en los de Palmer, buscando algún indicio de humanidad, de compasión en su mirada fría y calculadora.

Palmer, impasible, vierte el matecocido caliente en cada taza con destreza, asegurándose de no derramar ni una gota. No hay tiempo para detenerse, solo para cumplir con la tarea asignada. El calor del líquido acaricia las palmas de los presos, brindándoles un respiro momentáneo en medio de la fría oscuridad de sus celdas.

Y así, uno a uno, los reclusos retiran sus brazos de la abertura de la puerta, sosteniendo con cuidado sus tazas recién llenas. Es un gesto de gratitud y supervivencia, una muestra de resistencia en un entorno hostil. Saben que ese pequeño acto de generosidad, aunque fugaz, es una muestra de que aún hay un hilo de humanidad en medio de la oscuridad y el misterio que los rodea en el pabellón de los buzones.

La tensión se intensifica mientras Palmer y el Rubio intercambian miradas cargadas de desafío. Sus palabras anteriores han dejado una huella profunda en sus corazones resentidos. Se desafían mutuamente, amenazándose con puñaladas en el momento en que el Rubio tenga que salir de su celda por algún motivo. El encierro y la falta de libertad han convertido a estos hombres en seres impulsivos y dispuestos a cualquier cosa para afirmar su poder y control.

Palmer, con su mirada desafiante y su voz llena de hostilidad, lanza provocaciones al Rubio desde el otro lado de las celdas. Las palabras se transforman en afilados cuchillos que atraviesan el aire, alimentando el fuego de la discordia. El Rubio, atrapado en su reducido espacio, responde con ira contenida, prometiendo una venganza que parece inminente.

El resto de los presos observa la situación con una mezcla de temor y morbo. Saben que un enfrentamiento entre Palmer y el Rubio podría desatar una espiral de violencia y sangre, sumergiendo aún más al pabellón en un abismo de desesperación.

El tiempo parece detenerse cuando el Rubio finalmente es llamado para salir de su celda. El silencio se apodera del pabellón, y todas las “miras” se posan en él, esperando el momento en que la confrontación se desate. Palmer, con una sonrisa siniestra dibujada en su rostro, se prepara para el enfrentamiento.

El Rubio emerge de su celda, su mirada desafiante y su cuerpo tenso. Los músculos de ambos hombres se tensan, y el aire se carga con la electricidad de la violencia latente. El pabellón entero se convierte en un campo de batalla potencial, donde cada movimiento y palabra pueden desencadenar la tragedia.

Pero justo cuando el enfrentamiento parece inevitable, una presencia inesperada interrumpe el peligroso duelo. Un guardia se acerca al Rubio y le indica que su salida no es necesaria, que ha habido un error en la comunicación. El Rubio regresa a su celda, mientras Palmer mira con furia contenida y decepción a su rival frustrado.

El suspiro colectivo de alivio inunda los buzones. La violencia contenida, la lucha por el poder y la sed de venganza se disipan momentáneamente, pero todos saben que el conflicto está lejos de resolverse.

El pabellón queda sumido nuevamente en el silencio opresivo, pero el aire vibra con la sensación de que la explosión violenta aún está pendiente. En ese encierro infernal, cada día es una batalla por sobrevivir, y las disputas por cosas triviales pueden desencadenar terribles consecuencias. Mientras tanto, el cumpleaños de la hija del Chino pasa desapercibido en medio de la tensión y los conflictos.

El suspenso se apodera del pabellón mientras los presos continúan enfrentándose a sus propios demonios y luchan por sobrevivir. Cada día es una prueba de resistencia y valentía en un lugar donde la esperanza es un destello fugaz y la muerte acecha en cada sombra.

En ese ambiente asfixiante y lleno de secretos insondables, la incertidumbre y el temor se entrelazan, dejando a los presos en un estado de alerta constante. Palmer y el Rubio, dos figuras ominosas, se preparan para un enfrentamiento final que podría desencadenar un cataclismo en los buzones.

El momento crucial llegó cuando Palmer, con intenciones de apaciguar los ánimos, logró conseguir un porro para el Rubio. Con un grito que resonó en todo el pabellón, le hizo saber que tenía algo para él. Pasó el porro a través de la ventanita de la puerta de la celda, esperando que el Rubio lo tomara y se tranquilizara.

Sin embargo, en medio del caos y la tensión reinante, el Rubio no logró escuchar que era un porro lo que Palmer le ofrecía. En lugar de eso, sacó su mano con un cuchillo afilado, con la intención de apuñalar a su rival. Palmer, con reflejos rápidos, logró esquivar el ataque por poco, sintiendo el viento cortante rozar su piel.

La sangre se derramó en el aire, teñida por la rabia y la venganza contenidas en ese enfrentamiento. Con determinación, Palmer se "empalomó", atando su mano herida con telas improvisadas para detener la hemorragia y mantener su brazo funcional. Sabía que no podía permitir que los guardias se enteraran de lo ocurrido, pues eso solo traería más problemas.

El pabellón quedó sumido en un silencio sepulcral, solo interrumpido por los latidos acelerados de los corazones de los reclusos. En medio del suspenso, todos se preguntaban qué sucedería a continuación. Palmer, con el fuego de la venganza ardiendo en sus ojos, planeaba su respuesta mientras ocultaba su herida y reprimía el dolor.

Los guardias, ajenos a la secuencia de eventos que acababan de ocurrir, continuaron su rutina diaria en el penal. En las sombras, Palmer buscaría su ansiada venganza, esperando el momento adecuado para desatar todo el tormento acumulado.

El futuro de Palmer y el Rubio, y el destino de los demás reclusos en los buzones, queda en la oscuridad, como una pregunta sin respuesta.

En el cruel encierro de los buzones, las discusiones y la violencia estallan por motivos insignificantes. Los muros de concreto que los rodean se convierten en testigos mudos de las peleas desencadenadas por el desesperado afán de poder y control. En ese mundo opresivo, la humanidad se ve distorsionada, y la violencia se convierte en una sombra que se desliza entre los presos, alimentando el miedo y la desconfianza. Es una triste realidad que refleja cómo el encierro puede llevar a las personas a enfrentarse y dañarse mutuamente por nimiedades, en una lucha por mantener una mínima parcela de dignidad en medio de la desesperación.

CAPÍTULO 4

EL RANCHO

El sol ardiente del mediodía ilumina la cárcel de Barton mientras Palmer se desplaza por los opresivos pasillos de los buzones empujando una carretilla llena de bandejas de metal. El ruido metálico de las bandejas y el eco de su voz resuenan en la atmósfera cargada de la prisión.

"¡Rancho, rancho, a comer!", anuncia Palmer en un tono monótono mientras avanza lentamente por los pasillos desolados. Los presos, expectantes, sacan las miras a través del pequeño “pasaplatos” de sus jaulas, algunos con la esperanza de saciar su hambre, otros con una expresión de disgusto ante lo que está por llegar.

Palmer llega a la celda del Chino y le entrega la bandeja con una sonrisa falsa en el rostro. El Chino frunce el ceño al examinar la comida que le han servido. El rancho es una masa informe de tono marrón, repleta de grumos y con un olor nauseabundo que penetra en sus fosas nasales. Cada cucharada es un desafío para el estómago y la voluntad de los presos, quienes deben luchar contra las arcadas mientras intentan tragar ese alimento repugnante. El sabor amargo del rancho se adhiere a sus papilas gustativas, dejando un regusto desagradable que perdurará en sus recuerdos. Es una cruel ironía que en un lugar donde la libertad es un sueño lejano, hasta la comida se convierta en una prueba de resistencia y supervivencia. Mientras el rancho se consume a regañadientes, la indignación crece en el corazón de los presos, alimentando una rabia que amenaza con desbordarse en cualquier momento. En medio de la desesperación, cada bocado se convierte en una batalla contra la adversidad, un recordatorio constante de la crueldad y la indiferencia que imperan en la cárcel de Barton.

"¿Qué es esto, Palmer?", pregunta El Chino con disgusto, sin ocultar su descontento.

"No sé, es lo que nos dieron hoy", responde Palmer encogiéndose de hombros.

El Chino hace una mueca de repulsión y aparta la bandeja, negándose a probar bocado. Sabe que esa comida es prácticamente incomible, una muestra más de la negligencia y la falta de preocupación por la dignidad de los presos.

"Esto es inaceptable, no puedo comer esto", se queja El Chino, indignado.

"Lamentablemente, es lo que hay. No tengo otra cosa para darte", responde Palmer con una sinceridad desprovista de empatía.

El Chino mira hacia la puerta del pabellón, donde se encuentra el encargado, y frunce el ceño en señal de frustración. Sabe que enfrentar al director de la cárcel sería una batalla difícil y probablemente inútil, pero la indignación lo consume.

"Supongo que debería hablar con el director sobre esto", murmura El Chino, meditando sus opciones.

"Hacé lo que quieras, pero no creo que te hagan caso", responde Palmer con una apatía casi despectiva, demostrando su resignación ante la ineficacia del sistema.

El Chino asiente y deja la bandeja de rancho en un rincón oscuro de su jaula, sintiendo el peso de la impotencia en sus hombros. Palmer se aleja por los pasillos, entregando el rancho a los demás reclusos, quienes, en diferentes grados de descontento, aceptan su destino con resignación.

La responsabilidad recae en el director, pero en un lugar donde la falta de recursos y la corrupción campan a sus anchas, las quejas y reclamos de los presos podrían caer en oídos sordos, perdidos en el eco inmutable de los muros de la prisión. La sensación de impotencia se arraiga en cada uno de ellos, quienes comprenden que luchar contra el sistema es una batalla desigual, donde la esperanza se desvanece como una sombra en la noche.

En la cárcel de Barton, el hambre y la desesperanza se entrelazan en una danza macabra. Cada día, los presos son testigos de la decadencia y la crueldad que imperan en aquel lugar inhóspito. La comida insuficiente y deplorable es solo una de las muchas formas en que son sometidos y humillados. La corrupción y la indiferencia de las autoridades han convertido la cárcel en un verdadero infierno, donde la dignidad es pisoteada y el sufrimiento se perpetúa sin fin.

Mientras Palmer continúa su monótono recorrido por los pasillos, la desesperación crece en los corazones de los presos. Saben que sus voces se pierden en un abismo de silencio, donde el miedo y la opresión mantienen a todos prisioneros de un destino incierto. En la cárcel de Barton, la realidad se tiñe de oscuridad y la esperanza se desvanece entre las sombras.

En medio de la desolación, una chispa de esperanza se oculta en los rincones más sombríos de la cárcel de Barton. Palmer, con medio paquete de arroz en su posesión, se convierte en el centro de las miradas expectantes. Los presos, desesperados por mejorar la calidad del rancho que acaban de recibir, saben que ese puñado de arroz puede marcar la diferencia entre la miseria y una pequeña victoria en su lucha diaria.

En cada jaula, algunos presos esconden un dispositivo peculiar conocido como "fuelle", un ladrillo equipado con una resistencia que puede calentar o incluso cocinar. Mientras el silencio opresivo llena el pabellón, se susurran historias sobre los beneficios de tener acceso a ese fuego clandestino. El arroz podría transformarse en un manjar apetecible, el sabor de la libertad en medio de la oscuridad.

Los presos susurrando negociaciones y ofreciendo favores a cambio del codiciado paquete de arroz. Palmer, con una sonrisa astuta en su rostro, escucha atentamente las ofertas, evaluando cuál será el mejor trato para él.

"Palmer, te prometo que te consigo un porro a cambio de ese arroz", susurra El Rubio, con su mirada desafiante.

"No me interesan tus porros, Rubio. ¿Qué más tenés para ofrecer?", responde Palmer, manteniendo su poker face.

El Chino se acerca a la conversación, su mirada astuta y su sonrisa irónica revelando su intención de ganar la subasta. "Palmer, puedo darte información valiosa, secretos que podrían servirte en este lugar", murmura, tratando de tentarlo.

Palmer analiza las propuestas, sopesando los beneficios y los riesgos. Sabe que su posición de poder en el pabellón le brinda la oportunidad de obtener grandes ventajas a través de ese paquete de arroz. Sin embargo, también es consciente de que cualquier decisión puede desencadenar una serie de eventos impredecibles, incluso una posible pelea entre los presos.

Mientras las negociaciones continúan, la tensión se eleva en el pabellón. Los presos observan ansiosos, esperando el desenlace de esta batalla silenciosa. ¿Quién se convertirá en el dueño del paquete de arroz y cambiará el destino de al menos un rancho en la cárcel de Barton? La incertidumbre y la rivalidad llenan el aire, creando un ambiente volátil a punto de estallar.

CAPÍTULO 5

EL JUEZ JORELLO COMIENZA SU DÍA

En el corazón de Noranda, una ciudad costera llena de vida y belleza, el juez Máximo Jorello y la joven abogada Lumi Solano comenzaban su día. El sol se asomaba por las ventanas, bañando la sala con su luz brillante.

Noranda, con sus playas doradas y su encanto, era una ciudad llena de historias y secretos. El juzgado de Noranda, un edificio de piedra centenario, era el lugar donde estas historias se encontraban y se resolvían.

Jorello, un hombre de mirada aguda y voz firme, era conocido por su sencillez. Siempre vestía jeans desgastados y una camisa desabotonada, reflejando su carácter humilde y sin pretensiones. Era conocido en la ciudad por su búsqueda incansable de la verdad y su papel crucial como presidente de la APP (Asociación Propósito Puntual), una organización dedicada a proteger los derechos humanos en las cárceles.

Lumi Solano, una joven abogada en formación, lo acompañaba en esta lucha por la justicia. Aunque aún no había obtenido su título, su pasión y compromiso eran inquebrantables. Vestida con pantalón y saco, reflejaba la elegancia y la fortaleza que llevaba consigo. Ambos compartían un vínculo especial con Levité, un emprendimiento autogestionado por los presos, del cual Jorello era el padrino.

En el despacho, un cuadro colgado en la pared llamaba la atención. Era un mandala de madera reciclada, pintado a mano por el Negrito, el coordinador de Levité. En el centro del mandala, una pareja de delfines saltaba en el mar, un símbolo de libertad y esperanza.

El cuadro era un recordatorio constante de los desafíos que enfrentaba Levité. El Servicio Penitenciario Argentino (SPA), con su deseo de control y poder, pretendía quedarse con el 50% de las ganancias del emprendimiento. Esta amenaza ponía en peligro la integridad y la esperanza de los presos.

Jorello y Lumi compartieron una mirada cargada de preocupación y determinación. Sabían que debían intentar proteger a los muchachos de Levité y asegurarse de que sus esfuerzos no fueran en vano. El día siguiente los llevaría a la cárcel de Barton, donde los susurros de dolor y desesperación se entrelazaban con el eco de las cadenas.

Jorello: "Lumi, ¿cómo crees que estarán los muchachos de Levité? Esta crisis los está golpeando duramente, pero no podemos permitir que se rindan. Tenemos que mostrarles que no están solos, que su lucha es nuestra lucha. Levité es más que un emprendimiento, es una chispa de esperanza en un sistema que los ha olvidado."

Lumi asintió con determinación, consciente de la importancia de su labor: "Exactamente, Máximo. Debemos recordarles que tienen el poder de transformar sus vidas, que son capaces de superar cualquier obstáculo. Levité es su oportunidad de redención y estamos aquí para apoyarlos en cada paso del camino".

En ese momento, el teléfono de Jorello vibró con un mensaje de la APP. Era una actualización sobre la batalla legal contra el SPA y su intento de apoderarse de las ganancias de Levité. Jorello frunció el ceño, sintiendo la urgencia de la situación.

Jorello: "La APP está movilizándose para proteger los derechos de Levité y de los presos. No permitiremos que el SPA juegue con sus vidas y su futuro. Haremos todo lo posible para asegurar que su trabajo sea valorado y respetado".

Lumi: "Cuentan con nosotros, Máximo. Los presos de Levité merecen una segunda oportunidad y lucharemos por ella".

La ciudad de Noranda, envuelta en una luz de oro, parecía dar fuerzas a Jorello y Lumi. Mañana, en su viaje a la cárcel de Barton, enfrentarían una prueba más en su incansable búsqueda de la verdad. Estaban dispuestos a desafiar cualquier obstáculo, con la esperanza de traer luz a aquellos que se habían perdido en las sombras del sistema penitenciario.

Con el cuadro de los delfines como testigo, los corazones de Jorello y Lumi se llenaron de coraje y determinación. Estaban preparados para enfrentar la incertidumbre, desafiando cualquier adversidad que amenazara con apagar la esperanza. 

CAPÍTULO 6

MI LLEGADA A LOS BUZONES

El silencio en la cárcel de Barton se volvió denso y opresivo, mientras las ratas se arrastraban sigilosamente por los rincones de los pasadizos subterráneos. Me encontraba trabajando en mi puesto de Levité cuando fui sacudido por la irrupción de cuatro penitenciarios liderados por el oficial Donoso. Sin pronunciar una sola palabra, me rodearon y me encadenaron, arrastrándome por los pasaductos oscuros y gélidos de la prisión. Luché con todas mis fuerzas, pero mis esfuerzos fueron en vano.

A medida que avanzábamos, otros presos nos observaban con curiosidad y temor. Sus miradas inquisitivas dejaban claro que algo fuera de lo común estaba ocurriendo. Los murmullos y los reclamos se alzaron a nuestro paso, en busca de respuestas:

—¿Qué está pasando? —preguntó un preso, asomando su cabeza por la rendija de su jaula.

—¿Por qué lo están arrastrando así? —cuestionó otro, aferrándose a las barras de su jaula para obtener una mejor vista.

Donoso se detuvo y se enfrentó a los presos con voz fría y autoritaria, acallando sus interrogantes y sembrando el miedo en sus ojos. Los demás penitenciarios me sujetaron con firmeza mientras él se aseguraba de que el pasoducto estuviera desierto. Tras unos minutos, continuamos nuestra marcha hacia los buzones, la parte más siniestra y temida de la prisión.

En aquel trayecto, la oscuridad y el silencio solo se veían interrumpidos por los estremecedores sonidos de los grilletes arrastrándose sobre el suelo y las agitadas respiraciones de los penitenciarios. No tenía idea de hacia dónde me llevaban o qué iba a ocurrir. Solo podía sentir la helada humedad del aire, que se colaba en mi ser, y el miedo creciente que me invadía con cada paso que dábamos.

Finalmente, llegamos a los buzones, donde fui arrojado a una jaula. La puerta se cerró con un estruendo, atrapándome en un oscuro calabozo. Donoso se volvió hacia mí con una mirada desafiante y me gritó:

—¿Así que no querés pagar el 50%? ¡Elegí bien tus palabras, porque acá no hay segundas oportunidades!

Quedé solo en la oscuridad, rodeado por las paredes frías y húmedas de mi nueva prisión. Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras me preguntaba qué había hecho para merecer semejante castigo. Pero había algo más en todo esto, algo ominoso y aterrador que se escondía tras mi llegada a los buzones.

Intentaba pasar desapercibido cuando una voz resonó desde una celda al fondo, haciendo eco en el frío metal.

—¿Quién sos? —inquirió la voz.

Permanecí en silencio, tratando de no llamar la atención.

—¡Es El Negrito! —exclamó otro preso desde la celda contigua—. ¿Acaso no lo reconocen? Es el que graba los CDs de música y películas.

—¡Ah, sí! —respondió la voz original, reconociendo mi identidad—. ¿Y qué haces acá Negrito?

Antes de que pudiera responder, el preso de la celda contigua intervino nuevamente:

—Es nuestro amigo, que nadie lo moleste.

Finalmente, un destello de seguridad y alivio se apoderó de mí.

—Sí, gracias —respondí con gratitud—. Pensé que estaría completamente solo en este lugar tenebroso.

La voz desde la celda contigua se convirtió en un pequeño resquicio de esperanza en medio de la oscuridad abrumadora de los buzones. 

Un suspiro de alivio escapó de mis labios al ser reconocido por aquellos presos en los buzones de la cárcel de Barton. Sentí cómo la tensión en mis músculos se disipaba lentamente. En medio de la oscuridad y el miedo, encontré un destello de esperanza al saber que no estaba solo en este lugar aterrador. Los lazos invisibles de solidaridad se tejieron entre nosotros, ofreciéndome un atisbo de protección en medio de la incertidumbre. Mientras los enigmas y peligros de los buzones acechaban en las sombras, encontré un pequeño rayo de esperanza en esta red de camaradería clandestina.

La oscuridad de los buzones de la cárcel de Barton se cerró a mi alrededor, envolviéndome en un abismo sin fin. Mientras me aferraba a la fría reja de mi celda, en mi mente retumbaba que mi lucha contra el SPA por negarme a pagar el 50% de nuestras ganancias me había llevado hasta aquí y más convencido aún estaba de que era el camino correcto. Con el corazón acelerado, me preparé para enfrentar los misterios que acechaban en los recovecos más oscuros de los buzones.

CAPÍTULO 7

LA CELDA INHÓSPITA

La celda a la que fui arrastrado era una trampa infernal, un rincón de pesadilla en el que parecía que el tiempo se detenía. La oscuridad era total, sin un solo rastro de luz que iluminara el espacio. Me encontraba sumergido en la más profunda negrura, incapaz de ver más allá de mis propias manos temblorosas.

El aire era viciado y denso, impregnado de un hedor nauseabundo que parecía emerger de cada rincón de la celda. Ratas correteaban en las sombras, su cínico chirriar resonaba en mis oídos como un eco siniestro. Sentía sus afilados dientes rozando mi piel, una advertencia constante de que no estaba solo en ese lugar macabro.

El suelo de la celda estaba cubierto de una capa de suciedad y excrementos, un fango repulsivo que se aferraba a mis pies desnudos. Cada paso que daba era un recordatorio de mi condena, de la falta de humanidad y dignidad en aquel lugar. Miré a mi alrededor, pero solo pude distinguir sombras informes, presencias acechantes que parecían acecharme desde las profundidades de la oscuridad.

Mis ojos se dirigieron hacia la única fuente de luz, una pequeña ventana en lo alto de la pared. Sin embargo, su tamaño era insignificante, apenas dejaba entrar un rayo de luz tenue y pálida. Era como si el mundo exterior quisiera olvidar nuestra existencia, como si estuviéramos destinados a ser consumidos por la oscuridad de esta celda infernal.

La puerta de doble hierro se cerró con un estruendo, dejándome atrapado en ese reino de pesadilla. Intenté asomarme por la abertura, pero solo logré vislumbrar las puntas de mis dedos antes de que se hundieran en la negrura. Estaba aislado, prisionero de mi propio tormento, sin ningún contacto con el mundo exterior.

Cada vez que miraba las paredes de la celda, encontraba marcas siniestras de aquellos que habían intentado escapar antes que yo. Huellas de sangre y desesperación, testimonios mudos de su fracaso. Sabía que estaba condenado a un destino similar, a una lucha sin esperanza por la supervivencia en este abismo de desolación.

Los minutos se transformaron en horas, y las horas se desvanecieron en un tiempo sin forma. Me encontraba atrapado en un bucle de tiempo detenido, en el que el miedo y la desesperación se alimentaban de mi cordura. Cada latido de mi corazón resonaba en mis oídos, recordándome que el tiempo estaba agotándose.

En esta celda inhóspita, mi alma se consumía lentamente. Los gritos de socorro se perdían en la oscuridad, las esperanzas de liberación se desvanecían como humo. Me aferraba a un hilo de esperanza frágil, sabiendo que la única forma de sobrevivir en ese infierno era mantener mi cordura intacta. Cada minuto, luchaba contra el miedo que amenazaba con devorarme, buscando la fuerza para resistir y encontrar una salida de aquel abismo sin fin.

Las noche era peor. La oscuridad se volvía más densa, envolviéndome como un manto oscuro. En la penumbra, los susurros se intensificaban, sus palabras venenosas se enredaban en mis pensamientos y sembraban la semilla de la locura. Los ojos escrutadores de las ratas brillaban en la oscuridad, como testigos silenciosos de mi agonía.

Los días se desvanecían en una interminable sucesión de sombras y silencio. El sol era solo un recuerdo lejano, un destello efímero que apenas alcanzaba a tocar mi piel pálida y marchita. No había distinción entre el día y la noche, solo la perpetua oscuridad que me envolvía.

En medio de esta pesadilla, recibí un mensaje inesperado de Ansel, un compañero de Levité. A través de Palmer, me hizo llegar una frazada, una campera y un tupper con comida. Agradecido, le respondí en una esquela, aunque le expliqué que no quería comer debido a la ausencia de un baño, prefería estar con el estómago vacío. En ese momento, me di cuenta de la cruda realidad de mi situación: atrapado en las profundidades de esta celda infernal, enfrentando una batalla por la supervivencia en la oscuridad y la desesperación. Mientras los días se desvanecían en un ciclo interminable, mi mente y cuerpo se debilitaban cada vez más. Mis pensamientos se volvían confusos y fragmentados. Me preguntaba cuánto tiempo más podría soportar esta pesadilla, cuánto más tendría que luchar para encontrar una salida de este abismo sin fin. En ese momento, las palabras de Ansel y su gesto de solidaridad se convirtieron en un pequeño rayo de esperanza en medio de la oscuridad abrumadora de mi encierro.

La sed era una tortura constante. Mi lengua se pegaba al paladar, clamando desesperadamente por una gota de agua que aliviara la agonía. Pero en esa celda macabra, la sed era un tormento sin fin, un recordatorio cruel de mi prisión y mi impotencia. Perdí la noción del tiempo, arrastrándome entre la penumbra y el desaliento.

CAPÍTULO 8

TAJANDO LA DESESPERANZA

Desde la oscuridad profunda y el frío insoportable de las mazmorras, los gritos desgarradores de "el Chino" resonaban a lo largo de los corredores, como un lamento angustiante que envolvía cada rincón. Sus súplicas desesperadas y su voz quebrada imploraban a los crueles guardianes que le permitieran hacer una llamada telefónica para felicitar a su hija en su día de cumpleaños. La urgencia en su tono y la desesperación en sus palabras eran un recordatorio espeluznante de la vida que había quedado atrás, fuera de las impenetrables paredes de la cárcel. Era un momento que ponía en perspectiva la fragilidad de los lazos humanos y la crueldad de las circunstancias más extremas.

Desde la oscura y lúgubre jaula donde me encontraba, podía divisar una figura espectral, pálida como la luna llena, que flotaba en la celda de "el Chino". Una sombra oscura se deslizaba detrás de él, con garras afiladas como cuchillos, como si fuera la encarnación misma del mal. El espectro extendió su mano hacia "el Chino", y su rostro se contorsionó en una mueca macabra, desafiando a la propia muerte, instándolo a infligirse dolor y sufrimiento en un acto de autodestrucción. 

Aterrado, contemplé cómo "el Chino" comenzaba a tajearse los brazos con un pedazo de metal oxidado. Cada herida abierta era más que un mero dolor físico, era una manifestación tangible de su angustia emocional, una forma desgarradora de expresar el tormento que lo consumía. Él había pasado dieciocho largos años encerrado en aquel infierno, sin la oportunidad de abrazar a su hija en su día especial o escuchar su voz dulce y cálida. 

El pánico me invadió y me lancé hacia las barras de mi propia jaula, gritando desesperadamente a "el Chino" para que no cediera ante la influencia demoníaca que lo dominaba.

"¡Chino, no te rindas!", vociferé con todas mis fuerzas, sintiendo cómo el horror se apoderaba de mi ser al ver al pobre hombre atrapado en una telaraña oscura de su propia mente. Pero el demonio parecía tener un control absoluto sobre él, empujándolo sin piedad hacia la autodestrucción. Sabía que no había escapatoria. El mal había venido a reclamarlo, decidido a consumirlo por completo.

Sin embargo, el dolor físico que "el Chino" soportaba no era suficiente para aliviar el profundo vacío emocional que sentía en su interior. Con cada cumpleaños de su hija, una punzada aguda atravesaba su corazón, recordándole que no podía estar allí para celebrar junto a ella. No podía enviar un mensaje de amor o una llamada telefónica, y se sentía impotente ante su desgarradora situación.

La cárcel había arrebatado todo lo que "el Chino" había valorado alguna vez en su vida: su libertad, su familia, su identidad. Atrapado en una jaula de castigo, rodeado de dolor, sufrimiento y desesperación, se aferraba a la única forma de escape que le quedaba: la autolesión.

El sonido siniestro de su propia carne siendo rasgada por el filo del metal llenaba la celda. Intenté desesperadamente llamar la atención de los penitenciarios, suplicando por ayuda, pero mis gritos se perdieron en el vacío. Nadie acudió en auxilio de "el Chino". Finalmente, la celda se llenó con su sangre derramada, y el silencio se adueñó del lugar.

A lo largo de toda la noche, los gritos y lamentos de "el Chino" resonaron a través de las sombrías paredes de la cárcel, entrelazándose con los aullidos de las bestias infernales que acechaban en la oscuridad. La celda quedó sumida en un manto de silencio, solo interrumpido por el crujir de las velas temblorosas que luchaban por mantenerse encendidas.

Las fuerzas oscuras que dominaban aquel lugar parecían alimentarse de nuestro sufrimiento, y yo estaba decidido a romper las cadenas que nos mantenían prisioneros en las sombrías mazmorras. Con cada pensamiento audaz, sentía que desafiaba a los espíritus malignos que intentaban extinguir la llama de la esperanza.

De repente observé horrorizado cómo nuevamente su cuerpo comenzaba a retorcerse y convulsionarse en su celda. Sabía que el mal acechaba nuevamente, y mi corazón latía desbocado en mi pecho mientras me sentía impotente ante la terrible escena. Fue entonces cuando una sombra oscura y retorcida emergió nuevamente, avanzando con una malévola determinación hacia mi celda.

El aire se volvió más denso, cargado de una presencia malévola que me erizaba la piel. Sentía su aliento gélido en mi nuca, como una advertencia de que estaba al borde del precipicio, a punto de caer en la locura y la oscuridad. Pero en ese momento de desesperación, encontré una chispa de fuerza interior, una voluntad inquebrantable de resistir y enfrentar el terror que amenazaba con devorarme.

Cerré los ojos y me aferré a los recuerdos de mi infancia, cuando escuchaba junto a mi abuela siciliana una canción ancestral, la Sinfonía de Dante. La melodía resonaba en mi mente, trayendo consigo un remolino de emociones. Me transporté a aquellos momentos en la villa Santillán en Santa Rosa, donde el amor y la paz reinaban en la casa de mi abuela. La canción, que hablaba del enfrentamiento y la superación de los demonios internos en busca de la esperanza y la redención, me inundó de una sensación de conexión y valentía. Mientras la música fluía por mi ser, algo increíble sucedió: una luz de esperanza se encendió, la sombra oscura se desvaneció y los gritos desesperados de "el Chino" se desvanecieron en un suspiro silencioso. Una inesperada calma se apoderó del pabellón, y supe en lo más profundo de mi ser que la oscuridad había sido momentáneamente vencida.

Al abrir los ojos, me encontré con la visión de "el Chino" durmiendo pacíficamente, envuelto en una manta que alguien había arrojado en su celda. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, consciente de que aún existía bondad y compasión en este mundo despiadado. Era algo por lo que valía la pena luchar y mantener viva la llama de la esperanza, sabiendo que en medio de la oscuridad, siempre habría una luz que podría iluminar nuestro camino.

CAPÍTULO 9

EL RECUENTO DESPIADADO

En medio de la oscuridad y la desolación de la celda, el recuento de presos es una práctica perversa que marca nuestros días y noches en el infierno. Cada jornada se inicia con el cruel despertar a cualquier hora, sin importar si son las 7 de la tarde, las 4 de la mañana o la medianoche. Nos obligan a levantarnos de nuestras miserables camas y pararnos en nuestras celdas, como si fuéramos marionetas en un macabro espectáculo.

El corazón se nos acelera en el pecho mientras esperamos con temor el sonido de las llaves que abrirán las puertas de nuestra pesadilla. Los pasos de los guardias resuenan en los pasillos, acercándose cada vez más a nuestras celdas. El momento llega y debemos pronunciar alguna palabra o hacer algún sonido para demostrar que seguimos vivos. El silencio se rompe con susurros, toses, carraspeos y suspiros, una sinfonía desafinada de desesperación y anhelo de libertad. 

En el siniestro ritual del recuento de presos, mi celda era pasada por alto, como si no existiera. Los guardias se desplazaban de una celda a otra, llamando a mis compañeros, pero cuando llegaban a mi número, seguían adelante sin siquiera mirar hacia adentro. Era como si mi presencia se desvaneciera en medio de la oscuridad, como si mi vida careciera de importancia. Mi voz se perdía en el silencio, mis intentos de llamar la atención eran ignorados. Sentía una mezcla de alivio por no ser objeto de escrutinio, pero también una profunda sensación de abandono y aislamiento. En aquellos momentos, me preguntaba si realmente existía o si era solo una sombra perdida en los intersticios de la cárcel.

El recuento se convirtió en una mezcla de miedo y esperanza, porque aunque era una práctica opresiva y deshumanizadora, también era un recordatorio de que seguía vivo, de que aún tenía una oportunidad de luchar por mi libertad. En medio de aquellos momentos perversos, aprendí a valorar cada instante en el que mi nombre era pronunciado, en el que mi existencia era reconocida, porque significaba que aún no me habían olvidado, que aún había una posibilidad de escapar de aquel infierno.

El recuento se volvió una marca indeleble en mi memoria, un símbolo de la desesperación y la supervivencia en ese lugar sombrío y hostil. Y aunque cada vez que lo vivía me recordaba la realidad atroz en la que me encontraba, también me impulsaba a resistir y a mantener viva la esperanza de un día salir de aquel oscuro abismo.

CAPÍTULO 10

EL CLANDESTINO CAMINO HACIA LA COMUNICACIÓN

Los penitenciarios habían cruzado una línea, habían roto las reglas y se habían atrevido a castigarme sin razón aparente. La injusticia ardía en mi interior y despertaba una sed de venganza. Pero sabía que no podía actuar impulsivamente, debía planear cuidadosamente mi contraataque. Al día siguiente, me embarqué en una peligrosa búsqueda en busca de un celular clandestino, consciente de los riesgos y las consecuencias que esto podría desencadenar.

Las sombras parecían susurrar advertencias mientras avanzaba sigilosamente en el plan, evitando la mirada de los penitenciarios. Cada rincón oscuro se convirtió en un desafío, pero mi determinación era más fuerte que el miedo que se agolpaba en mi pecho. Sabía que este era solo el primer paso de una batalla que aún estaba por librar.

Tras horas de exploración cautelosa, finalmente encontré a un prisionero confiable que tenía acceso a un celular clandestino. El precio que exigía por su ayuda era alto, pero sabía que no tenía otra opción. Acepté sus condiciones y el trato se cerró en un oscuro rincón, oculto de miradas indiscretas.

Con el celular en mi poder, me adentré en un mundo clandestino de comunicaciones secretas y conspiraciones. Me conecté con otrxs prisionerxs que compartían mi deseo de desafiar a los buzones de castigo y luchar por nuestros derechos. Era un submundo de información codificada y contactos en la sombra, donde cada palabra tenía el potencial de cambiar el curso de nuestras vidas.

Juntxs, planeamos nuestra estrategia. Creamos un movimiento clandestino, unidos por la injusticia y el deseo de acabar con los abusos en la cárcel. Utilizamos el celular para difundir información, organizar protestas y desafiar a las autoridades. Sabíamos que estábamos corriendo un riesgo enorme, que cualquier paso en falso podría tener consecuencias, pero estábamos dispuestos a enfrentar el peligro.

CAPÍTULO 11

LA REBELIÓN INQUEBRANTABLE

La tensión en la cárcel aumentaba con cada día que pasaba. Lxs penitenciarixs comenzaron a sospechar de nuestras actividades y aumentaron la vigilancia. Nuestros movimientos debían ser cuidadosamente planeados, nuestras comunicaciones aún más codificadas. Cada mensaje era una apuesta, cada encuentro una danza mortal con el destino.

El terror y la incertidumbre se apoderaron de nosotros, pero también se alimentó nuestra determinación. No podíamos permitir que la opresión reinara en este lugar oscuro y desolado. Estábamos dispuestos a arriesgarlo todo por nuestra lucha, por la esperanza de un futuro mejor.

Los buzones de castigo eran solo el comienzo de nuestra rebelión. Nos habíamos convertido en una fuerza imparable, dispuestos a enfrentar cualquier obstáculo en busca de la justicia y la libertad. El poder de la resistencia se extendió por los pasillos de la cárcel, y lxs penitenciarixs comenzaron a sentir el peso de nuestra determinación.

La batalla estaba en marcha, y no había vuelta atrás. El destino de los buzones y la libertad de los prisioneros estaban en juego. Cada paso que dábamos era un desafío a la autoridad opresiva que nos había encerrado en estas paredes. Los días se volvían más tensos, las noches más peligrosas.

Enfrentábamos represalias brutales por nuestras acciones, pero eso solo alimentaba nuestra desición. Las sombras de la cárcel se retorcían con nuestra presencia, se sentían amenazadas por la chispa de rebelión que se había encendido en nuestros corazones.

Pero a medida que avanzábamos, descubrimos que no éramos los únicos. Otrxs prisionerxs, en silencio, se unieron a nuestra causa. Un submundo clandestino de resistencia se formó, lleno de conspiraciones y planes audaces para desafiar a nuestros captores.

La tensión se intensificaba con cada encuentro secreto, con cada estrategia meticulosamente trazada. Sabíamos que la traición estaba siempre a la vuelta de la esquina, pero confiábamos en nuestro instinto y en la solidaridad que nos unía.

El 7 de noviembre de 2017 quedará marcado en la historia como un día glorioso de resistencia y valentía. En el evento de Puertas Abiertas en Levité, el juez Jorello anunció el nacimiento del Comité Anti Castigo, un dispositivo destinado a poner fin al tormento encubierto de los buzones. Pero ese no fue el único anuncio impactante de la jornada.

En ese mismo escenario, revelé la creación del Proyecto Molotova, una organización clandestina dispuesta a desafiar el poder corrupto desde adentro. Bajo mi liderazgo, enfrentamos peligros y desafíos inimaginables, dejando una marca imborrable en la lucha por la justicia y la libertad.

Un año de intenso combate, donde lideré con determinación, hasta que finalmente pasé el bastón de mando a mi compañera de lucha, Celestina Beltrana. Enfrentamos represalias brutales, pero nunca dejamos de creer en nuestro propósito.

Hoy, miramos atrás con gratitud y orgullo, sabiendo que hemos desafiado las cadenas de la opresión. El 7 de noviembre de 2017 fue el día en que la esperanza se alzó victoriosa sobre la oscuridad, recordándonos que, unidos, podemos cambiar el mundo.

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